Imagino que es normal.
Que me resulte extraño todavía, casi después de 4 años, mirar una foto tuya en la que clavas los ojos en un objetivo donde nunca más saldré a tu lado.
Que me pregunte acerca de qué pasa por tu mente en ese preciso momento; intuyendo que lo que transmite esa mirada dista lejos de lo que fue, en un tiempo no muy lejano, la felicidad.
Hay noches en las que hace frío de pasado. Y los recuerdos nos asolan pretendiendo ocupar un espacio que ya, no les pertenece.
No hay abrigo que valga para el desamor.
Sin duda, haber querido hasta lo más profundo del alma deja una huella imborrable. Un poso de confusión que de vez en cuando se activa para interrogarnos acerca del por qué un día se destruyó nuestro castillo de naipes.
¿Y quién responde a eso?
Podemos crearnos una respuesta aproximada, un argumento que nos consuele hasta cierto punto y nos evite dar, más vueltas de la cuenta, en la cama, en la noche, en el silencio.
Es entonces cuando paso página, de esas con la esquinita doblada, y sigo.
Escribir al desamor hace bien, de vez en cuando.
Hay noches en las que hace frío de pasado, sí.